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ESPECTROS DE MEYERHOLD (O LA CATARSIS DEL ESPECTADOR CONVOCADO)

  • Foto del escritor: Marina Ollari
    Marina Ollari
  • 23 oct 2015
  • 3 Min. de lectura

Volví extasiada, pues ya no concebía la existencia de otras formas de “hacer” que no impliquen la entrega total y absoluta que vivencié al asistir a MEYERHOLD: Freakshow del infortunio del teatro, de Silvio Lang.


Entrega intelectual, en tanto que explícitamente da cuenta de la ideología que la atraviesa; entrega física y mental, somos testigos del proceso constructivo y el penar de los cuerpos que se ofrecen a modo sacrificial como partes funcionales de un todo superior; y entrega del alma actoral que en su conciencia de sí, (oh proletarios de la representación) intencionalmente buscan la excitabilidad escénica del ser que permita al espectador –siempre activo y nunca pasivo- generar sentido.


En esta invocación a Meyerhold, se trabaja minuciosamente en capas de sentido. Se milita por y para que el fantasma de Meyerhold revisite críticamente la dramaturgia actual.


Este Freakshow nos lleva de la mano por una simil biografía teórica de este actor y director escénico, nacido en Rusia (1874) y ejecutado (1940) por el régimen stalinista mostrando su oposición al realismo escénico no solamente como búsqueda artística sino también como un cuestionamiento explícito a la estética oficial. Es que Meyerhold se proponía desarrollar un nuevo teatro proletario ligado a los preceptos del Proletkult que se oponga a las convenciones del arte burgués. Las artes al servicio de la dictadura del proletariado.

Haciendo uso de su método biomecánico, nos traslada a asfixiantes saltos por el proceso preparativo del cuerpo del actor como un atleta mediante ejercicios de gimnasia, acrobacia, pantomima que generan unos reflejos altamente excitables, y que son parte de las técnicas de movimiento expresadas por el discurso “revolucionario” del rendimiento y eficacia de la “máquina corporal”.


Imposible pasar por alto el trabajo sobre la espectacularización, rediseñando aquellas escenografías de grandes espacios escénicos de plataformas móviles, escaleras y tarimas, sobre las que los actores ejecutaban movimientos precisos y que permitían a través de la danza, la Commedia dell’Arte, la ópera, el music hall, el circo, el arte del chansonnier estructurar su puesta en escena como una partitura rítmica.


Pero por sobre todas las cosas, retomando el rol activo del espectador, la obra nos ubica en el centro de la escena y con la troupe de actores sentados de espaldas – amalgamándose- al público, se recrea por ejemplo el mito de Edipo: bajo esta concepción sintética expresiva de economía de recursos estéticos, ejecutando un control corporal total que brinda al espectador mínimos elementos que lo ayudan a reconstruir, valiéndose de su imaginación, el ambiente exigido para suplir los detalles de la escena.


A través de los vaivenes emocionales del Doctor Dapertutto (pseudónimo de Meyerhold) la propuesta da cuenta de su preocupación por otorgarle al arte dramático un espacio estratégico como herramienta de la revolución y nos permite ser testigos, durante 105 minutos, de aquel teatro que conoció su apogeo en los primeros años de la revolución bolchevique y que no pudo contra la hegemonía del naturalismo.


En esta discusión consigo mismo y con la historia, pero también con los protagonistas del ahora, Meyerhold parece mirarnos fijamente y acusarnos: “señores, ustedes han cometido un crimen gravísimo, ustedes han asesinado al teatro y a su potencia imaginativa”.


Cual espectro derridiano -como visibilidad de algo invisible, lo que ni aún nombrado se hace presente ya que viene por fuera de un tiempo y habita sin necesariamente estar presente. Como irrupción más allá de la linealidad temporal, que nos recuerda que existen cuestiones irresueltas que siguen vigentes, como pasado y porvenir. Como deuda que tenemos con la justicia y que nos recuerda que aún es necesario encontrar “aquello” que falta- Meyerhold es invocado y nos convoca.


Desde entonces me pregunto si todavía estamos a tiempo de revoluciones político estéticas en tanto me considero incapaz de retomar la parodia de lo cotidiano justo ahora que el fantasma de Meyerhold me enseñó tanto acerca de un otro mundo soñado, a unas cuantas gotas de transpiración de distancia.

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